lunes, 17 de agosto de 2009

CUENTOS ANCESTRALES DE LA REGION WILLICHE

LA PRINCESA DE ANTILLANCA


Hubo una época en que la noche se extendió por toda la Cordillera de los Andes y el Otoño invitó a su pariente el Invierno a pasar juntos una temporada; y así, ambos destruyeron los espacios donde aún quedaba vegetación.
En aquellas latitudes vivía un valeroso cacique de la tribu williche, quien se decidió a permanecer en Antillanca, esperando mejores tiempos, y el arribo de la primavera en la región williche.
El cacique tenía una hermosa hija llamada Copihue a quien toda la tribu adoraba, no sólo porque era la hija del jefe sino porque además era la muchacha más bella y gentil de toda la comarca.
Los guerreros de las demás tribus solían competir en habilidad e inteligencia para ganarse la atención de la joven doncella, y de esta manera, se instalaban junto a la ruka del cacique, en espera de su recompensa; es decir, una mirada o la suave sonrisa de la princesa williche.
Un día cuando después de mucho tiempo apareció el sol, la joven Copihue salió para ir a nadar al lago que comenzó a descongelarse.
La joven lucía radiante, siempre cantando y peinándose en las transparentes aguas de la Cordillera.
Estaba en eso cuando Tralka, el dios de los truenos, la escuchó entonar una dulce leyenda de la tribu.
Intrigado por la melodía y la narración, se acercó.
Entonces, encantado por su belleza, con la agilidad de un rayo la atrapó, llevándola a la cumbre más alta de la Cordillera de los Andes, allí donde ningún guerrero pudiera arrancarla de su lado.
Cuando despertó del susto, en vano llamó a su padre y a sus admiradores.
Desesperada, la joven princesa se puso a llorar en la oscuridad de aquel invierno que había arrebatado el sol de los días.
El frío y la soledad pronto convirtieron su cuerpo en una estatua de hielo, confundiéndose con las rocas y las ventiscas que deambulaban por Antillanca.
Tralka, quien por esos días hacía su recorrido por toda la extensión de la Cordillera de los Andes, anunciando el granizo y las nevadas, al regresar junto a la bella Copihue con la intención de casarse con ella, se volvió loco de rabia al no encontrarla; y se puso a gritar y llamarla con su voz de trueno, allá en la Cordillera.
Pero lo que consiguió fue dar curso al peor de todos los inviernos que recuerdan los williches.
En la tribu, los hombres y las mujeres se refugiaron en sus rukas, esperando que el tiempo se lleve al dios Tralka con sus truenos y relámpagos.
Al pasar los días, el dios de los truenos, redobló su furia, iluminando la oscuridad del invierno con formidables rayos para facilitar su búsqueda.
Pero la joven princesa, congelada y fundida en la nieve, era difícil de encontrar.
Tanto alborotó por la comarca que Wepüll, el ojo del cielo que anuncia el sol y la llovizna, despertó de su largo sueño invernal.
Entonces, comenzó a caer una suave llovizna.
Luego vino el sol y comenzó a llover más y más, alejando con sus delicadas gotas a la noche invernal.
De esta manera, volvió la primavera, y la lluvia fertilizó la tierra, mostrando toda vida oculta en la naturaleza.
En la alta cumbre, las nieves eternas cedieron su lugar a los rayos del sol y Copihue, poco a poco comenzó a despertar, pero transformada en una hermosa flor de la montaña, comenzó a extenderse por Antillanca; y así, los árboles, las plantas y los animales de la Cordillera comenzaron a renacer alimentadas por el agua y la presencia de la nueva flor que por primera vez nacía de aquel largo y cruel Invierno.
Aunque los williches habían estado muy preocupados por sobrevivir, no habían olvidado a la joven princesa extraviada en el lago cordillerano; por esta razón, cuando apareció la hermosa flor que llenó de rubor la montaña de Antillanca, para no olvidar a la gentil princesa, comenzaron a llamar Copihue a la nueva flor que reaparece tras cada invierno.