martes, 16 de junio de 2009

LOA DUEÑOS DE LA CIUDAD

PREMIO DE EXTENSIÓN CULTURAL



Aquí todo va bien para unos pocos y mejor para los mismos de siempre. La semana recién pasada le dieron el Premio de Extensión Cultural a la folklorista, Rosario Hueicha, cuando ya la habían enterrado y a la familia se le había olvidado la tristeza. Sólo aquí sucede esa confianza de entregarles las llaves de la ciudad a los cadáveres; en cambio a los vivos, se les declara persona non grata, y más todavía si ejercen algún talento que hierve la sangre de los mediocres; quienes para hacer más fuego de su pira, organizan consejos y comités para realizar sus cacerías de brujas. Por eso, hace algunos días cuando el poeta Koliboro Mankemilla acababa de cumplir una década de obtener el Premio Municipal de Santiago, su rabia comenzó a salirse de madre como esos ríos que arrasan los palafitos. Es posible que nadie quiera recordar el premio en cuestión; pero para dejar constancia a los historiadores, y para ser más precisos, esto sucedió cuando el alcalde todavía vigente inauguró la Plaza de los Lores.
Entonces, el Consejo Municipal, quien otorga el Premio de Extensión Cultural que entrega la Muy Leal Ciudad, decidió crear y otorgar el primer galardón precisamente al poeta Mankemilla, por su contribución a las letras chilenas y dejar en buen pie el nombre del reino en la Metrópolis.
Su rabia, desconocida por todos y negada por él, comenzó hace tres gobiernos atrás cuando alguien con lágrimas en los ojos aseguró que en Chile se haría justicia en la medida de lo posible…Entonces el Premio de Extensión Cultural se la vinieron a ofrecer antes de Navidad, porque sería anunciado el Día de los Inocentes, por ser un día memorable en el mundo literario local. El poeta, se lo contó a todo su mundo: esposa e hijos. Que por fin se venía el premio y muchos dólares para comprarse una casa; que nunca más vivirían de allegado en la ciudad, después que las fronteras se abrieron para la estampida de exiliados que volvieron a tomarse el poder -esta vez en calidad de nuevos colonos- con todo ese capital social que otorga la riqueza y desconoce quien ha nacido cautivo de los tratados de cooperación económica que hacen los países ricos contra los países subdesarrollados. El premio en sí, no era sólo un reconocimiento artístico, sino una muestra de los intereses políticos y la pretensión de controlar a un nuevo régimen cultural. “El poeta Mankemilla – han escrito después los especialistas – es el punto culminante de la seducción erótica que une el pasado mítico con la tragedia inminente de la historia”. Este aspecto, a pesar del testimonio de los especialistas, ponía en evidencia el optimismo proyectivo del sistema político chileno cuando en vez de premiar a los cadáveres, decide galardonar a la generación perdida cuyo auténtico representante se pone de manifiesto en la poética de Mankemilla. Los pormenores del Consejo Municipal y la necesidad urgente de hacer historia en una etapa que ellos juran es fundacional, les hace abrir un abanico que ofrece viento para todos, pero cuando deciden otorgar algún beneficio se cierra como si fuera un puñal, después de haber herido la confianza pública.
Ese mismo puñal hirió seriamente al poeta Mankemilla cuando se enteró que la pequeña élite de cuatro concejales y un Alcalde, decidieron desviar el premio a organizaciones culturales y que finalmente acosados por sus propias iniciativas y disputas personales, decidieron otorgar (cuando ya nadie se postuló a la nominación del Premio de Extensión Cultural; perdiendo, además, todo prestigio) el premio por Secretaría; es decir, en secreto…como siempre se han llevado adelante los Concursos Públicos en la República de Chile. Por eso no debe extrañar a nadie que el próximo año se declare desierto el Concurso de Extensión Cultural, simplemente porque los concejales han perdido todo interés por cualquier actividad cultural. Según ellos, leer o hacer cualquier esfuerzo casi doméstico como apreciar una obra de arte, les parece un pasatiempo de mujeres ociosas o vagabundos. Permitirlo, pondría en tela de juicio la administración del poder y sus límites humanos, porque a través del arte, la sociedad se tornaría más abierta, más cercana a la estabilidad democrática; y eso los llena de incertidumbre y por lo mismo, prefieren reinventar el pasado de espaldas al futuro.
Por todo eso, darle hoy el premio al poeta Koliboro Mankemilla, sería admitir la derrota de un proyecto cultural que nunca ha sido legítimo, porque al fin de cuentas, toda la actual institucionalidad se basa en la ilegitimidad. Y todo porque su poética “une el pasado mítico con la tragedia inminente de la historia”.

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